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miércoles, 11 de abril de 2012

Allí afuera...

Allí afuera pasaban cosas raras: Yo viví allí, hace muchos, muchos años... Toda mi infancia, hasta que llegaron Ellos.

Mi abuelo y mi padre murieron en una batalla muy lejos de casa, y sus cuerpos nunca fueron devueltos a la familia, pues –según me dijo mi abuela- se los habían devorado aquellos salvajes.

En esa casa sólo quedamos mi abuela, mi madre, una cocinera y yo.

Al atardecer de cada día, se podía ver a mucha gente pasear por ese jardín sin flores, inhóspito, húmedo. No sé por qué paseaban por allí, no era un lugar agradable. Daban vueltas y vueltas... hombres y mujeres, muy dasalineados, algunas niñas y algunos niños también...

Cada tarde, poco antes de que oscurezca, llegaba un caballo negro, muy negro, de la mano de una mujer blanca, muy blanca, sin ropas ella.

Era muy bella, de larga cabellera rubia que apenas cubría sus grandes y turgentes senos. Se detenía frente a este ventanal, me miraba en silencio, parecía querer decirme algo.

Sólo parecía, digo, porque no hacía ningún gesto, no movía ni un músculo de su rostro. Y allí se quedaba, inmóvil, junto al caballo negro, hasta que oscurecía por completo. Nunca había luna.

Yo seguía escuchando los pasos de todos ellos en el jardín, caminaban toda la noche. Lo sé porque varias veces me quedé junto al ventanal toda la noche, para tratar de entender por qué lo hacían. Nunca lo supe.

Después, a lo largo del tiempo, ya no les prestaba atención.

Ahora, yo paseo por las noches frente al ventanal, junto a mi abuela, mi madre y la cocinera, y todos los demás, hasta poco antes del amanecer.

A veces me detengo junto al ventanal, como esperando que se asome alguien. Pero ya no hay nadie en la casa.

Claudio Camerucci

Pigüé, 4 de abril de 2012.

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